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Capítulo 3

 

Cuando Dorothy se quedó sola empezó a sentir hambre. Entonces fue a la alacena y se cortó un poco de pan, que untó con mantequilla. Le dio un poco a Totó, y cogiendo un cubo de la estantería lo llevó hasta el pequeño arroyo y lo llenó de agua clara agua clara y espumosa. Toto corrió hacia los árboles y se puso a ladrar a los pájaros que estaban allí. Dorothy fue a buscarlo y vio una fruta deliciosa que colgaba de las ramas, así que cogió un poco y la encontró deliciosa, era justo lo que necesitaba para completar a su desayuno.

Luego volvió a la casa, y habiéndose servido a sí misma y a Totó un buen trago de agua fresca y cristalina, se dispuso a preparar
para el viaje a la Ciudad de las Esmeraldas. Dorothy sólo tenía otro vestido, pero estaba limpio y colgado en un perchero junto a su casa. Era de tela de guinga, con cuadros blancos y azules; y aunque el azul estaba algo descolorido de muchos lavados, seguía siendo un bonito vestido. La muchacha se lavó con cuidado, se puso el vestido de cuadros y se ató la redecilla rosa a la cabeza. Cogió una pequeña cesta y la llenó de pan de la alacena, y puso encima un paño blanco. Luego se miró los pies y se dio cuenta de lo viejos y gastados que estaban sus zapatos.

"No me servirán para un largo viaje, Totó", dijo.

Toto la miró a la cara con sus ojitos negros y movió la cola su cola para mostrar que sabía lo que ella quería decir.

En aquel momento Dorothy vio sobre la mesa los zapatos de plata que habían pertenecido a la Bruja del Este.

"Me pregunto si me quedarán bien", le dijo a Totó. "Serían perfectos para dar un largo paseo, pues no se gastarían".

Se quitó sus viejos zapatos de cuero y se probó los plateados, que le quedaban tan bien como si los hubieran hecho para ella. Finalmente cogió su cesta.

"Ven, Totó", dijo, "iremos a la Ciudad Esmeralda y preguntaremos al gran Oz cómo volver a Kansas".

Cerró la puerta, echó la llave y la guardó con cuidado en el bolsillo de su vestido. Y así, con Totó trotando sobriamente detrás de ella, emprendió el viaje.

Había varios caminos cerca, pero no tardó en encontrar el pavimentado con adoquines amarillos. En poco tiempo, a paso ligero hacia la Ciudad Esmeralda, con sus zapatos plateados tintineando alegremente sobre la dura calzada amarilla. El sol brillaba y los pájaros cantaban dulcemente y Dorothy no se sentía tan mal como se podría sentir una niña a la que de repente han sacado de su propio país y ha aterrizado a solas con su perrito en mitad de una tierra extraña y desconocida habitada por magos, brujas y criaturas extraordinarias.

Se sorprendió, mientras caminaba, al ver lo bonito que era el campo a su alrededor. Había cuidadas vallas a los lados del camino,
pintadas de un delicado color azul, y más allá de ellas había campos de grano y verduras en abundancia. Los munchkin eran buenos agricultores y capaces de cultivar grandes cosechas. De vez en cuando pasaba por delante de una casa, y la gente salía a mirarla y a inclinarse cuando pasaba. Todos sabían que ella había sido quien había destruido a la malvada bruja y los liberó de la esclavitud. Las casas de los munchkins tenían un aspecto extraño, pues eran redondas y tenían una gran cúpula de techo. Todas estaban pintadas de azul, pues en este país era el color favorito.

Hacia el atardecer, cuando Dorothy estaba cansada de su larga caminata y empezaba a a preguntarse dónde debería pasar la noche, llegó a una casa bastante más grande que el resto. En el verde césped ante ella muchos hombres y mujeres estaban bailando. Cinco pequeños violinistas tocaban y la gente reía y cantaba, mientras que una gran mesa cercana estaba llena de frutas y nueces, tartas y pasteles, y muchas otras cosas ricas para comer.

La gente saludó amablemente a Dorothy y la invitó a cenar y a pasar la noche con ellos, pues aquella era la casa de uno de munchkins más ricos del país, y sus amigos estaban reunidos con él para celebrar el fin de la esclavitud.

Dorothy comió una abundante cena y fue atendida por el rico munchkin que se llamaba Boq. Luego se sentó en un sofá y vio bailar a la gente. Cuando Boq vio sus zapatos de plata dijo: "Debes de ser una gran hechicera".

"¿Por qué?", preguntó la muchacha.

"Porque llevas zapatos de plata y has matado a la bruja mala. Además, tu vestido es blanco, y sólo las brujas y las hechiceras visten de blanco".

"Mi vestido es de cuadros azules y blancos", dijo Dorothy, alisando las arrugas.

"Es muy amable por tu parte que te lo pongas", dijo Boq. "El azul es el color de los munchkins, y el blanco es el color de las brujas. Eres una bruja muy simpática".

Dorothy no sabía qué decir a esto, pues ella sabía muy bien que no era más que una niña normal y corriente que había llegado por casualidad sobre un tornado a una tierra extraña.

Cuando se cansó de ver el baile, Boq la llevó a la casa, donde le dio una habitación con una bonita cama. Las sábanas eran de tela azul, y Dorothy durmió profundamente en ellas hasta la mañana, con Totó acurrucado en la alfombra azul a su lado.

Comió un abundante desayuno y observó a un pequeño bebé munchkin, que jugaba con Totó y le tiraba de la cola, y reía de una manera que divirtió mucho a Dorothy. Totó despertaba la curiosidad de toda la gente, pues nunca antes habían visto un perro.

"¿Cuánto falta para llegar a la Ciudad Esmeralda?", preguntó la niña.

"No lo sé", respondió Boq con gravedad, "porque nunca he estado allí. Es mejor que la gente se mantenga alejada de Oz, a menos que tengan negocios con él. Pero es un largo camino hasta la Ciudad Esmeralda, y te llevará muchos días. El país aquí es rico y agradable, pero debes pasar por lugares peligrosos antes de llegar a la Ciudad Esmeralda".

Esto preocupó un poco a Dorothy, pero sabía que sólo el gran Oz podría ayudarla a llegar de nuevo a Kansas, así que decidió valientemente no dar marcha atrás.

Se despidió de sus amigos y emprendió de nuevo el camino de baldosas amarillas. Cuando había recorrido varias millas, pensó en detenerse a descansar, así que se subió a lo alto de la valla junto al camino y se sentó. Había un gran campo de maíz más allá de la valla, y no muy lejos vio un espantapájaros colocado en lo alto de un poste para alejar a los pájaros del maíz maduro.

Dorothy apoyó la barbilla en la mano y miró pensativamente al espantapájaros. Su cabeza era un pequeño saco relleno de paja, con ojos, nariz y boca pintados para representar una cara. Llevaba un viejo y puntiagudo sombrero azul, que había pertenecido a algún munchkin. Vestía un traje azul, gastado y descolorido. En los pies llevaba botas viejas con la parte superior azul, como las que llevaban todos los hombres en este país, y la figura se elevaba por encima de los tallos de maíz por medio de un palo clavado en la espalda.

Mientras Dorothy miraba seriamente la extraña cara pintada del espantapájaros, se sorprendió al ver que le había guiñando un ojo. Al principio pensó que se había equivocado, pues ninguno de los espantapájaros de Kansas le había guiñado nunca el ojo, pero enseguida la figura ladeó cabeza de forma amistosa y repitió el guiño.

Entonces ella saltó de la valla y se acercó al espantapájaros mientras Totó corría alrededor del poste y ladraba.

"Buenos días", dijo el espantapájaros con voz ronca.

"¿Has hablado?", preguntó la niña, asombrada.

"Desde luego", respondió el Espantapájaros; "¿cómo estás?".

"Estoy bastante bien, gracias "respondió Dorothy, cortésmente. "¿Cómo está usted?"

"Pues no me encuentro demasiado bien", dijo el Espantapájaros, con una sonrisa, "porque es muy tedioso estar aquí encaramado noche y día para espantar cuervos".

"¿No puedes bajar?", preguntó Dorothy.

"No, porque tengo este palo clavado en la espalda. Si por favor me quitas el palo te estaré muy agradecido".

Dorothy estiró ambos brazos y levantó la figura del poste, como estaba rellena de paja era bastante ligera.

"Muchas gracias", dijo el espantapájaros, cuando lo hubieron depositado en el suelo. "Me siento como un hombre nuevo".

Dorothy se quedó perpleja, pues sonaba raro oír hablar a un hombre de paja y verlo inclinarse y caminar a su lado.

"¿Quién eres tú?", preguntó el Espantapájaros, cuando se hubo estirado, "¿y adónde vas?".

"Me llamo Dorothy -respondió la muchacha- y voy a la Ciudad Esmeralda a pedirle al gran Oz que me ayude y me envíe de vuelta a Kansas".

"¿Dónde está la Ciudad Esmeralda?", preguntó él, "¿y quién es Oz?".

"¿No lo sabes?", respondió ella, sorprendida.

"No, yo no sé nada. Verás, estoy relleno, así que no tengo cerebro", contestó él con tristeza.

"Oh", dijo Dorothy, "lo siento mucho por ti".

"¿Crees que si voy a la Ciudad Esmeralda contigo... el gran Oz me daría algo de cerebro?"

"No sabría decirte, pero puedes venir conmigo, si quieres. Si Oz no te da cerebro, no estarás peor que ahora".

"Es verdad", dijo el Espantapájaros. "Verás", continuó... "no me importa que mis piernas, brazos y cuerpo estén rellenos de paja, porque no puedo hacerme daño. Si alguien me pisa o me clava un alfiler, no pasa nada, porque no puedo sentirlo. Pero no quiero que la gente me llame tonto, y si mi cabeza sigue rellena de paja en lugar de cerebro, como la tuya, ¿cómo voy a saber algo?"

"Comprendo cómo te sientes", dijo la niña, que lo sentía de verdad por él. "Si vienes conmigo le pediré a Oz que haga todo lo que pueda por ti".

"Gracias", contestó él, agradecido.

Volvieron a la carretera, Dorothy le ayudó a saltar la valla, y emprendieron el camino de ladrillos amarillos hacia la Ciudad Esmeralda.

Al principio, a Totó no le gustó esta incorporación a la fiesta. Olió como si sospechara que hubiera un nido de ratas entre la paja, y a menudo gruñía al Espantapájaros de forma poco amistosa.

"No te preocupes por Totó", dijo Dorothy a su nuevo amigo; "nunca muerde".

"Oh, no tengo miedo", replicó el Espantapájaros, "no puede hacer daño a la paja. Deja que te lleve la cesta. No me importa, porque no me canso. Te contaré un secreto" continuó, mientras caminaba "sólo hay una cosa en el mundo a la que temo".

"¿A qué?", preguntó Dorothy; "¿al granjero munchkin que te hizo?".

"No", respondió el Espantapájaros; "es una cerilla encendida".

 

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