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Capítulo 11

 

Incluso con los ojos protegidos por las gafas verdes Dorothy y sus amigos quedaron al principio deslumbrados por el brillo de la maravillosa Ciudad. Las calles estaban bordeadas de hermosas casas construidas de mármol verde y salpicadas por todas partes de brillantes esmeraldas. Caminaron sobre el pavimento de mármol verde, y donde se unían los bloques había hileras de esmeraldas que reflejaban el brillo del sol. Los cristales de las ventanas eran de vidrio verde; incluso el cielo sobre la ciudad tenía un tinte verde, y los rayos del sol eran verdes.

Había mucha gente, hombres, mujeres y niños paseando y todos vestían ropas verdes y tenían la piel verdosa. Ellos miraban a Dorothy y a su extraña compañía con ojos asombrados y los niños salían corriendo y se escondían detrás de sus madres cuando veían al León, pero nadie les dirigió la palabra. En la calle había muchas tiendas y Dorothy vio que todo en ellas era verde. Verdes eran los caramelos y las palomitas de maíz, verdes los zapatos los sombreros y la ropa.

En un lugar un hombre vendía limonada verde, y, cuando los niños la compraron, Dorothy pudo ver que la pagaban con monedas verdes.

No parecía haber caballos ni animales de ninguna clase, los hombres llevaban las cosas en pequeños carritos verdes que empujaban delante de ellos. Todos parecían felices, contentos y prósperos.

El Guardián de las Puertas los condujo por las calles hasta que llegaron a un gran edificio, exactamente en el centro de la Ciudad, que era el Palacio de Oz, donde residía el Gran Mago. Había un soldado ante la puerta, vestido con un uniforme verde y luciendo una larga barba verde.

"Aquí hay forasteros", le dijo el Guardián de las Puertas, "y quieren ver al Gran Oz".

"Pasen adentro", respondió el soldado, "y yo llevaré su mensaje a él".

Así que atravesaron las puertas del palacio y fueron conducidos a una gran sala con una alfombra verde y hermosos muebles verdes engastados con esmeraldas. El soldado les hizo limpiarse los pies en una alfombra verde antes de entrar en la sala, y cuando estuvieron sentados les dijo, cortésmente:

"Por favor, pónganse cómodos mientras voy a la puerta del Salón del Trono y le digo a Oz que están aquí".

Tuvieron que esperar un buen rato hasta que el soldado regresó. Cuando por fin volvió, Dorothy preguntó: "¿Has visto a Oz?"

"Oh, no" respondió el soldado "nunca lo he visto, pero hablé con él mientras estaba sentado detrás de su biombo y le di tu mensaje. Dice que os concederá una audiencia, si así lo deseáis; pero cada uno debe entrar solo, y sólo admitirá a uno cada día. Por lo tanto, como debeis permanecer en el palacio durante varios días, os llevaré a las habitaciones donde podréis descansar cómodamente tras vuestro viaje".

"Gracias", contestó la muchacha; "es muy amable por parte de Oz".

El soldado hizo sonar un silbato verde, y al instante una joven, vestida con un bonito vestido de seda verde, entró en la habitación. Tenía el pelo y los ojos verdes, y se inclinó ante Dorothy y dijo:

"Sígueme y te enseñaré tu habitación."

Así que Dorothy se despidió de todos sus amigos excepto de Totó, y cogiendo el perro en sus brazos siguió a la chica verde a través de siete pasajes y subieron tres tramos de escaleras hasta que llegaron a una habitación en la parte delantera del palacio. Era el cuartito más dulce del mundo, con una cama blanda y confortable, con sábanas de seda verde. Había una fuente diminuta en medio de la habitación, que lanzaba un chorro de perfume verde al aire, para caer de nuevo en una pila de mármol verde. Hermosas flores verdes decoraban los alféizares en las ventanas, y en una estantería se descubría una hilera de libritos verdes. Cuando Dorothy tuvo tiempo de abrir estos libros los encontró llenos de extraños dibujos verdes que la hacían reír de lo graciosos que eran.

En un armario había muchos vestidos verdes, de seda, raso y terciopelo, y todos le quedaban perfectos a Dorothy.

"Siéntete como en tu casa", dijo la muchacha verde, "y si deseas algo, llama al timbre. Si deseas algo, toca el timbre, Oz mandará a alguien a buscarte mañana por la mañana".


Dejó sola a Dorothy y volvió con los demás y cada uno de ellos se encontró alojado en una parte muy agradable del palacio. Por supuesto, esta cortesía fue en vano para el Espantapájaros, pues cuando se encontró solo en su habitación se quedó en el umbral de la puerta plantado, esperando a que amaneciera.

No quería acostarse y no podía cerrar los ojos, así que permaneció toda la noche mirando a una pequeña araña que tejía su tela en un rincón de la habitación, sin importarle que esa fuera una de las habitaciones más maravillosas del mundo. El Hombre de hojalata se acostó por la fuerza de la costumbre, pues recordaba cuando era de carne y hueso; pero como no podía dormir, pasó la noche moviendo las articulaciones de arriba abajo para asegurarse que funcionaban bien. Por su parte, el León hubiera preferido un lecho de hojas secas en el bosque, y no le gustaba no le gustaba estar encerrado en una habitación, pero así y todo el colchón parecía cómodo, saltó sobre la cama, se enrolló como un gato y se durmió en un minuto.

A la mañana siguiente, después del desayuno, la doncella verde vino a buscar a Dorothy y la vistió con uno de los vestidos más bonitos, de satén verde. Dorothy se puso un delantal de seda verde y ató una cinta
cinta verde alrededor del cuello de Totó, y partieron hacia la Sala del Trono del Gran Oz.

Primero llegaron a un gran salón en el que había muchas damas y caballeros de la corte, todos vestidos con hermosos y elegantes trajes. Estas personas no tenían otra cosa que hacer que hablar entre ellos, y se acercaban cada mañana a la entrada del Salón del Trono, aunque nunca se les permitía ver a Oz. Cuando Dorothy entró la miraron con curiosidad, y uno de ellos susurró,

"¿De verdad vas a contemplar el rostro de Oz el Terrible?".

"Por supuesto", respondió la muchacha, "si él quiere verme".

"Oh, te verá", dijo el soldado que había llevado su mensaje al Mago, "aunque no le gusta que la gente pida verle. De hecho, al principio se enfadó y me dijo que te enviara de vuelta por donde habías venido. Luego me preguntó cómo eras, y cuando le mencioné tus zapatos de plata se quedó muy impresionado; luego le comenté le marca de tu frente y en ese instante decidió que te recibiría".

Justo entonces sonó una campana, y la chica verde le dijo a Dorothy:

"Esa es la señal. Debes entrar sola en la Sala del Trono".

Abrió una pequeña puerta y Dorothy la atravesó con decisión y se encontró en un lugar maravilloso. Era una habitación grande y redonda con un alto techo arqueado y las paredes, el techo y el suelo estaban cubiertos con grandes esmeraldas. En el centro del techo había una gran luz tan brillante como el sol, que hacía refulgir las esmeraldas de una de una manera maravillosa.

Pero lo que más interesaba a Dorothy era el gran trono de mármol verde que estaba en el centro de la habitación. Brillaba con gemas, como todo lo demás. En el centro del trono había una enorme cabeza flotante sin cuerpo que la sostuviera, ni brazos ni piernas. No tenía pelo, pero sí ojos, nariz y boca, y era más grande que la cabeza del mayor de los gigantes.

Mientras Dorothy contemplaba esto con asombro y miedo, los ojos se volvieron lentamente y la miraron aguda y fijamente. Entonces la boca se movió, y Dorothy oyó una voz que decía:

"Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?"

No era una voz tan espantosa como ella había esperado que viniera de la enorme cabeza, así que se armó de valor y contestó: "Soy Dorothy. He venido a pedirte ayuda".

Los ojos la miraron pensativamente durante un minuto. Entonces dijo la voz:

"¿De dónde sacaste los zapatos de plata?"

"Eran de la Bruja del Este, me los quedé cuando mi casa cayó sobre ella y la mató.", respondió ella.

"¿De dónde sacaste la marca que tienes en la frente?", continuó la voz.

"Fue un beso de la bruja buena del Norte cuando me despidió y me envió a ti para pedirte ayuda." dijo la muchacha.

De nuevo los ojos la miraron con dureza, y vieron que decía la verdad. Entonces Oz preguntó:

"¿Y qué ayuda esperas de mí?"

"Quiero que me envíes de vuelta a Kansas, donde están mi tía Em y mi tío Henry", contestó ella con seriedad. "Aunque es muy hermoso, quiero volver a casa. Estoy segura de que mi tía Em estará muy preocupada por mí, que llevo fuera tanto tiempo".

Los ojos parpadearon tres veces, y luego se volvieron hacia el techo y hacia el suelo y giraban tan extrañamente que parecían ver
cada parte de la habitación. Y por fin volvieron a mirar a Dorothy.

"¿Por qué debería hacer esto por ti?" preguntó Oz.

"Porque tú eres fuerte y yo soy débil; porque tú eres un Gran Mago… y yo sólo soy una niña indefensa", respondió ella.

"Pero fuiste lo suficientemente fuerte como para matar a la malvada Bruja del Este", dijo Oz.

"Eso sucedió por accidente", respondió Dorothy; "no pude evitarlo".

"Bien", dijo la Cabeza, "te daré mi respuesta. No tienes derecho a que te envíe de vuelta a Kansas a menos que hagas algo por mí a cambio. En este país todo el mundo debe pagar por lo que obtiene. Si deseas que use mi poder mágico para enviarte a casa de nuevo... debes hacer algo por mí primero. Ayúdame y te ayudaré".

"¿Qué debo hacer?", preguntó la niña.

"Mata a la malvada Bruja del Oeste", contestó Oz.

"¡Pero no puedo!", exclamó Dorothy, muy sorprendida.

"Tú mataste a la Bruja del Este y llevas los zapatos de plata, y también tienes la marca en la frente... ahora sólo queda una bruja malvada en toda esta tierra, y cuando la hayas mayado te enviaré de vuelta a Kansas, pero no antes".

La niña se echó a llorar de tan desilusionada que estaba; y los ojos parpadearon de nuevo y la miraron ansiosamente, como si el Gran Oz sintiera que ella podía ayudarlo si quería.

"Nunca he matado nada voluntariamente", sollozó ella, "y aunque quisiera, ¿cómo podría matar a la Bruja Mala? Si tú, que eres Grande y Terrible, no puedes matarla, ¿cómo esperas que lo haga yo, que soy una simple niña?


"No lo sé "dijo la Cabeza, "pero esa es mi respuesta, y hasta que la Malvada Bruja muera no volverás a ver a tus tíos. La bruja es malvada, muy malvada, y que hay que matarla. Ahora vete, y no vuelvas hasta que hayas cumplido tu tarea".

Dorothy salió apenada del Salón del Trono y regresó adonde estaban el León, el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata.
Les contó lo que Oz le había dicho, muy apenada:

"No hay esperanza para mí," dijo ella, tristemente, "porque Oz no me enviará
a casa hasta que haya matado a la Malvada Bruja del Oeste, y eso nunca podré hacerlo".

Sus amigas lo lamentaron, pero no pudieron hacer nada para ayudarla, así que se fue a su habitación, se tumbó en la cama y lloró hasta quedarse dormida.

A la mañana siguiente, el soldado de los bigotes verdes se acercó al Espantapájaros y y le dijo: "Ven conmigo, porque Oz te ha mandado llamar".

Así que el Espantapájaros lo siguió y fue admitido en la gran Sala del Trono, donde vio, sentada a una hermosa dama vestida con una gasa de seda verde y llevaba sobre sus cabellos una corona de joyas. De sus hombros crecían unas alas tan ligeras que revoloteaban con el más leve soplo de aire.

Cuando el Espantapájaros se inclinó ante esta hermosa criatura, ella lo miró dulcemente, y le dijo:

"Soy Oz, la Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?".

El Espantapájaros, que esperaba ver a la gran Cabeza de la que le había hablado Dorothy se quedó muy sorprendido, pero le contestó con valentía.

"No soy más que un Espantapájaros relleno de paja. Por eso no tengo
cerebro, y vengo a ti rogándote que pongas algunos sesos en mi cabeza en lugar de paja, para que pueda llegar a ser un hombre tan digno como cualquier otro en tus dominios".

"¿Por qué debería hacer esto por ti?", preguntó la hermosa dama.

"Porque eres sabia y poderosa, y nadie más puede ayudarme", respondió el Espantapájaros.

"Nunca concedo favores sin alguna retribución", dijo Oz; "pero te prometo esto que si matas por mí a la Malvada Bruja del Oeste te daré un cerebro estupendo y tan grande que serás el hombre más sabio de toda la Tierra de Oz".

"Pensé que le habías pedido a Dorothy que matara a la Bruja," dijo el Espantapájaros sorprendido.

"Así lo hice. No me importa quién la mate. Pero hasta que no esté muerta
no concederé tu deseo. Ahora vete y no vuelvas a buscarme hasta que te merezcas el cerebro que tanto deseas".

El Espantapájaros regresó apenado con sus amigos y les contó lo que Oz había dicho. Dorothy se sorprendió al descubrir que el gran Mago no era una Cabeza, como ella lo había visto, sino una encantadora dama.

"De todos modos", dijo el Espantapájaros, "ella necesita un corazón tanto como el Leñador de Hojalata".

A la mañana siguiente, el soldado de los bigotes verdes se acercó al Leñador de Hojalata y dijo: "Oz te ha mandado llamar. Sígueme".

Así que el Hombre de hojalata lo siguió a la gran Sala del Trono. Él no sabía si encontraría en Oz a una encantadora dama o a una Cabeza gigante, pero deseaba que fuera una dama encantadora. "Porque
si es la Cabeza, estoy seguro de que no se me dará un corazón, ya que una cabeza no tiene corazón propio y, por tanto, no puede sentir por mí. Pero si es la encantadora dama, rogaré con todas mis fuerzas que me dé un corazón, pues se dice que todas las damas tienen buen corazón".

Pero cuando el Leñador entró en el gran Salón del Trono no vio ni a la Cabeza ni a la Dama, sino una terrible Bestia. Era casi tan grande como un elefante, y el trono verde parecía apenas lo bastante fuerte para sostener su peso. La Bestia tenía una cabeza como la de un rinoceronte, pero con cinco ojos en la cara. De su cuerpo salían cinco largos brazos y también tenía cinco piernas largas y delgadas. Un pelo espeso y lanoso cubría cada parte de su cuerpo, y no se podía imaginar un monstruo más espantoso. Por suerte el Hombre de hojalata no tenía corazón, porque de haberlo tenido le habría latido muy fuerte y muy rápido de puro terror. Pero como sólo era de hojalata, el Leñador no tuvo ningún miedo, aunque se sintió muy decepcionado.

"Yo soy Oz, el Grande y Terrible", dijo la Bestia con una voz que era un gran rugido. "¿Quién eres tú y por qué me buscas?".

"Soy un leñador, y estoy hecho de hojalata. Por eso no tengo corazón y no puedo amar. Te ruego que me des un corazón para que pueda ser como los demás hombres".

"¿Por qué debería hacerlo?", preguntó la Bestia.

"Porque yo te lo pido y sólo tú puedes concedérmelo", respondió el Leñador.

Oz gruñó por lo bajo ante esto, pero dijo, bruscamente, "Si realmente deseas un corazón, debes ganártelo".

"¿Cómo?", preguntó el Leñador.

"Ayuda a Dorothy a matar a la malvada Bruja del Oeste", respondió la Bestia. "Cuando la Bruja esté muerta, ven a mí, y entonces te daré el corazón más grande, amable y cariñoso de toda la Tierra de Oz".

Así que el Leñador de hojalata se vio obligado a regresar apenado con sus amigos y hablarles de la terrible Bestia que había visto. Todos se maravillaron de las muchas formas que el gran Mago podía adoptar, y el León dijo:

"Si es una bestia cuando vaya a verlo, rugiré más fuerte y lo asustaré tanto que me concederá todo lo que le pida. Y si es la encantadora dama, fingiré saltar sobre ella, y así la obligaré a hacer mi voluntad. Y si es la gran Cabeza, estará a mi merced, porque yo haré rodar esta cabeza por toda la habitación hasta que prometa darnos lo que deseamos. Así que tened buen ánimo, amigos míos, porque todo irá bien".

A la mañana siguiente, el soldado de los bigotes verdes condujo al León hasta la gran Sala del Trono y le pidió que entrara en presencia de Oz.

El León atravesó la puerta de inmediato y, al mirar a su alrededor, vio, para su sorpresa, que ante el trono había una Bola de Fuego, tan salvaje y resplandeciente que apenas podía soportar mirarla. Su primer pensamiento fue que Oz se había incendiado por accidente y se estaba quemando; cuando trató de acercarse, el calor era tan intenso que le chamuscó los bigotes, y retrocedió tembloroso hasta un lugar más cercano a la puerta.

Entonces una voz baja y tranquila salió de la Bola de Fuego, y estas fueron las palabras que pronunció:

"Yo soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?
me?"

"Soy un León Cobarde, temeroso de todo. Vengo a rogarte que me des valor, para que en realidad pueda convertirme en el Rey de las Bestias, como me llaman los hombres".

"¿Por qué debería darte valor?" exigió Oz.

"Porque de todos los magos tú eres el más grande, y el único que tiene poder para conceder mi petición", respondió el León.

La Bola de Fuego ardió ferozmente durante un rato, y la voz dijo:

"Tráeme la prueba de que la Bruja Malvada está muerta, y en ese momento yo te daré valor. Pero mientras la Bruja viva tú seguirás siendo un cobarde".

El León se enfureció ante este discurso, pero no pudo decir nada en respuesta, y mientras permanecía en silencio mirando la bola de fuego que se volvió tan furiosamente caliente que dio media vuelta y salió corriendo de la habitación. Se alegró de encontrar a sus amigos que lo esperaban y les contó su terrible entrevista con el Mago.

"¿Qué haremos ahora?", preguntó Dorothy con tristeza.

"Sólo podemos hacer una cosa", respondió el León, "ir a la tierra de los Winkies, buscar a la malvada bruja y destruirla".

"Pero ¿y si no podemos?", dijo la niña.

"Entonces nunca tendré valor", declaró el León.

"Y yo nunca tendré cerebro", añadió el Espantapájaros.

"Y yo nunca tendré corazón", dijo el leñador de hojalata.

"Y nunca veré a la tía Em y al tío Henry", dijo Dorothy empezando a llorar.

"¡Cuidado!" gritó la muchacha verde, "las lágrimas caerán sobre tu vestido de seda verde, y lo mancharán".

Entonces Dorothy se secó los ojos y dijo:

"Supongo que debemos intentarlo; pero estoy segura de que no quiero matar a nadie, ni siquiera para volver a ver a la tía Em".

"Iré contigo; pero soy demasiado cobarde para matar a la Bruja", dijo el León.

"Yo también iré "dijo el Espantapájaros "pero no os seré de mucha ayuda, soy tan tonto".

"Yo no tengo corazón ni para hacer daño a una bruja", comentó el leñador de hojalata; "Pero si tú vas, yo iré contigo".

Decidieron, pues, emprender el viaje a la mañana siguiente, y el Leñador afiló su hacha en una piedra verde y se engrasó todas las articulaciones. El Espantapájaros se llenó de paja y Dorothy le pintó los ojos para que viera mejor. La muchacha verde, que era muy amable con ellos, llenó la cesta de Dorothy de cosas ricas para comer, y le puso a Totó una campanita al cuello con una cinta verde.

Se acostaron muy temprano y durmieron a pierna suelta hasta el amanecer.

Cuando los despertó el canto de un gallo verde que vivía en el patio trasero del palacio, y el cacareo de una gallina que había puesto un huevo verde.

 

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Introducción

  Traducción y revisión a cargo de Nadia Piamonte sobre la obra original de Frank Baum Ilustraciones de portada y de interior: W. W. Denslow         recuerda que si te gusta el libro puedes comprarlo en formato papel en AMAZON y que puedes encontrar muchos más libros similares en www.librosabocajarro.com   La tradición popular, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado a la infancia a través de los siglos. pues todo joven sano tiene un amor instintivo por las historias fantásticas, maravillosas y manifiestamente irreales. Las hadas aladas de Grimm y Andersen han traído más felicidad a los corazones infantiles que todos los demás cuentos y creaciones humanas. Sin embargo, el cuento de hadas de antaño, tras haber servido durante generaciones, puede clasificarse ahora como "histórico" en la biblioteca infantil. Ha llegado el momento de una serie de nuevos "cuentos maravillosos" en los que ya no estén el genio, el enano y el hada es