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Capítulo 6

 

Todo este tiempo Dorothy y sus compañeros habían estado caminando a través del espeso bosque. El camino estaba todavía pavimentado con adoquines amarillos, pero estos estaban muy cubiertos por ramas secas y hojas muertas de los arboles, y el caminar era dificultoso. Había pocos pájaros en esta parte del bosque, pero de vez en cuando escuchaban los ruidos de algún animal salvaje escondido entre los árboles. Estos sonidos aceleraban el corazón de la niña, que no sabía qué los producía.
que los producía; pero Totó lo sabía, y caminaba cerca de Dorothy, sin ladrar siquiera.

"¿Cuánto tardaremos en salir del bosque?" preguntó Dorothy.

"No sabría decirle, porque nunca he estado en la Ciudad Esmeralda. Pero mi padre fue allí una vez, cuando yo era niño. Dijo que era un largo viaje a través de un país peligroso, aunque más cerca de la ciudad donde vive Oz, el país es hermoso. Pero yo no temo nada mientras tenga mi lata de aceite y mi hacha, y nada puede herir al Espantapájaros. Y Dorothy, mientras tú lleves en la frente la marca del beso de la bruja buena, también estarás protegida."

"¿¡Pero y Totó!?", dijo la niña muy preocupada; "¿qué lo protegerá?"

"Debemos protegerlo nosotros, si está en peligro", respondió el Leñador de hojalata.

En el mismo momento en que hablaba, se oyó en el bosque un terrible rugido, y al instante un gran león saltó al camino.

De un gran zarpazo hizo girar al Espantapájaros una y otra vez hasta el borde del camino. Luego golpeó al Hombre de Hojalata con sus afiladas garras. Pero, para sorpresa del león, no pudo hacer mella en el hombre de hojalata, aunque el leñador cayó en el camino y se quedó inmóvil.

El pequeño Toto, ahora que tenía un enemigo al que enfrentarse, corrió ladrando hacia el León y la gran bestia había abierto las fauces para morder al perro, cuando Dorothy, temiendo que mataran a Totó, y sin importarle el peligro, se precipitó y golpeó al león en el hocico con su cesta tan fuerte como pudo, mientras gritaba:

"¡No te atrevas a morder a Totó! Deberías avergonzarte de ti mismo, una bestia tan grande como tú intentando morder a un pobre perrito".

"Yo no lo he mordido", dijo el León, mientras se frotaba la nariz con la pata donde había recibido el golpe.

"No, pero lo has intentado", replicó ella. "No eres más que un león grande y cobarde... Vamos, atacar a un ser más pequeño que tú..."

"Lo sé", dijo el León, que bajó la cabeza avergonzado. "Siempre lo he sabido. Pero, ¿cómo puedo evitarlo?"

"Tú sabrás, ¡¿cómo se te ocurre atacar a un pobre e inofensivo Espantapájaros?!"

"¿Es un espantapájaros", preguntó el León, sorprendido, mientras la veía levantar al Espantapájaros y colocarlo en el suelo, mientras ella le daba palmaditas para darle forma.

"¡Claro! ¿No ves que está hecho de paja?", contestó Dorothy, que seguía enfadada.

"Ah, claro, por eso se ha caído tan fácilmente", comentó el León. "Me asombró verlo dar tantas vueltas. ¿El otro también es de paja?".

"No", dijo Dorothy, "es de hojalata". Y ayudó al leñador a ponerse en pie.

"Por eso casi me rompe las garras", dijo el León. "Cuando arañé la hojalata me recorrió un escalofrío por la espalda. ¿Y qué es ese animalito que te da tanta ternura?".

"Es mi perro, Totó", respondió Dorothy.

"¿Y es de hojalata o de paja?", preguntó el león.

"De ninguna de las dos cosas. Es un perro de carne y hueso", dijo la niña.

"Oh. Es un animal curioso, y parece muy pequeño, ahora que lo miro bien. Nadie pensaría en morder a una cosa tan pequeña, excepto un cobarde como yo", continuó León, con tristeza.

"¿Por qué eres cobarde?", preguntó Dorothy, mirando a la gran bestia con asombro, pues era tan grande como un caballo pequeño.

"Es un misterio", respondió el león. "Supongo que nací así. Todos los demás animales del bosque esperan que sea valiente, porque en todas partes se cree que el León es el Rey de las Bestias. Aprendí que si rugía muy fuerte todos los seres vivos se asustaban y se apartaban de mi camino. Siempre que me he encontrado con un hombre me he sentido terriblemente asustado; pero le he rugido, y siempre ha huido tan rápido como podía. Si los elefantes, los tigres y los osos
hubieran intentado luchar contra mí, yo también habría huido; pero en cuanto me oyen rugir, todos intentan huir de mí, y por supuesto los dejo escapar".

"Pero eso no está bien. El Rey de las Bestias no debería ser un cobarde", dijo el Espantapájaros.

"Lo sé", respondió el León, secándose una lágrima con la punta de la cola; es mi gran pena y hace mi vida muy desgraciada. Pero siempre que hay peligro mi corazón empieza a latir deprisa y me asusto".

"Tal vez estés enfermo del corazón", dijo el hombre de hojalata.

"Puede ser", dijo el León.

"Si es así", continuó el leñador de hojalata, "deberías alegrarte, porque eso demuestra que tienes corazón. Yo, por mi parte, no tengo corazón, así que no puedo tener enfermo del corazón".

"Tal vez", dijo el León, pensativo, "si no tuviera corazón no sería un cobarde".
cobarde".

"¿Tienes cerebro?", preguntó el Espantapájaros.

"Supongo que sí.", respondió el León.

"Yo no tengo cerebro. Voy a ir a ver al gran Oz para pedirle que me dé cerebro", comentó el Espantapájaros, "porque tengo la cabeza llena de paja".

"Y yo voy a pedirle que me dé un corazón", dijo el Leñador.

"Y yo voy a pedirle que nos envíe a Toto y a mí de vuelta a Kansas", añadió Dorothy.

"¿Crees que Oz podría darme valor?" preguntó el león cobarde.

"Tan fácilmente como podría darme cerebro", dijo el Espantapájaros.

"O darme un corazón", dijo el leñador de hojalata.

"O enviarme de vuelta a Kansas", dijo Dorothy.

"Entonces, si no te importa, iré contigo", dijo el León, "porque mi vida es sencillamente insoportable sin un poco de valor".

"Serás bienvenido", respondió Dorothy, "porque ayudarás a mantener alejadas a las otras bestias salvajes. Me parece que deben ser más cobardes que tú si permiten que las asustes tan fácilmente".

"Realmente lo son", dijo el León; "pero eso no me hace más valiente, y mientras me sepa cobarde seré infeliz".

Así que una vez más la pequeña compañía emprendió el viaje, el León caminando con pasos majestuosos al lado de Dorothy. Totó no aprobaba a este nuevo camarada, pues no podía olvidar lo cerca que había estado de ser devorado por sus grandes mandíbulas; pero después de un tiempo Totó y el León Cobarde se hicieron buenos amigos.

Durante el resto del día no hubo otra aventura que estropeara la paz de su viaje.

Solo una vez el leñador de hojalata pisó accidentalmente un escarabajo que se arrastraba por el camino y lo mató.

Esto hizo muy desgraciado al hombre de hojalata, que siempre tenía cuidado de no herir a ningún ser vivo. Mientras caminaba lloró de tristeza y pesar. Las lágrimas corrían lentamente por su cara y sobre las bisagras de su mandíbula, y allí se oxidaron. Cuando Dorothy le hizo una pregunta, el leñador de hojalata no pudo abrir la boca, pues sus mandíbulas estaban oxidadas. Él se asustó mucho e hizo muchos gestos a Dorothy para que le aliviara, pero ella no lo entendía. El León también estaba perplejo. Pero el Espantapájaros cogió la aceitera de la cesta de Dorothy y engrasó al leñador, de modo que al cabo de unos momentos pudo hablar tan bien como antes.


"Esto me servirá de lección -dijo- para mirar por dónde piso, porque si mato otro insecto o escarabajo, seguramente volveré a llorar y no podré hablar".

A partir de entonces caminó con mucho cuidado, con los ojos puestos en el camino, y cuando veía una hormiguita la esquivaba
para no lastimarla. El leñador de hojalata sabía muy bien que no tenía corazón, y por eso se cuidaba mucho de no ser cruel ni desagradable con nada.

"Vosotros, los que tenéis corazón -decía-, tenéis algo que os guía para no hacer el mal; pero yo no tengo corazón, y por eso debo ser muy cuidadoso. Cuando Oz me dé un corazón, por supuesto que no me importará tanto".

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  Traducción y revisión a cargo de Nadia Piamonte sobre la obra original de Frank Baum Ilustraciones de portada y de interior: W. W. Denslow         recuerda que si te gusta el libro puedes comprarlo en formato papel en AMAZON y que puedes encontrar muchos más libros similares en www.librosabocajarro.com   La tradición popular, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado a la infancia a través de los siglos. pues todo joven sano tiene un amor instintivo por las historias fantásticas, maravillosas y manifiestamente irreales. Las hadas aladas de Grimm y Andersen han traído más felicidad a los corazones infantiles que todos los demás cuentos y creaciones humanas. Sin embargo, el cuento de hadas de antaño, tras haber servido durante generaciones, puede clasificarse ahora como "histórico" en la biblioteca infantil. Ha llegado el momento de una serie de nuevos "cuentos maravillosos" en los que ya no estén el genio, el enano y el hada es